Permiso para cagarla.
El otro día tuve la oportunidad de encontrarme con la Aïda de 15 años. Fue gracias a una visualización, que es una técnica de meditación en la cual puedes guiar al cerebro a través de imágenes mentales. El caso es que pude, por fin, entender por qué un recuerdo extraño de la adolescencia se había quedado pendiente en mi mente. Como una historia sin final.
Recuerdo que la había cagado y tenía que explicárselo a mi padre, pero no me atrevía a decepcionarlo, que era mi gran miedo de pequeña. Así que decidí mentirle en vez de contarle en confianza eso que había hecho mal. Le dije que yo no la había cagado, que todo era una confusión, aunque era más que evidente que sí lo había hecho.
Y él se lo creyó.
Hasta aquí, sé que debería estar agradecida de que me creyera. Pero curiosamente, su creencia ciega en mí se me quedó grabada en forma de exigencia. Obviamente, en esta historia soy yo quien la caga dos veces. La primera, cuando hago algo que no tengo que hacer. Y la segunda, cuando miento. Pero es curioso al revivir ese momento pude entender por qué se me quedó bloqueado. Esa Aïda de 15 años que la acababa de cagar, lo que necesitaba es que su padre pudiera verla completa. No como un ser perfecto que nunca la caga y que lo hace todo bien. Sino como alguien que también la caga a veces. Que se equivoca. Que no es perfecta. También como alguien que decepciona.
Para así comprender que, incluso con todo esto, incluso cagándola, decepcionando y mintiendo, soy querida. Que se me ama por todo mi ser, no sólo por la parte de mi que “hace las cosas bien”.
He podido comprender que querer a nuestras partes más oscuras y aprender también a querer las partes más oscuras de los demás, especialmente si acompañamos a seres en la crianza, es esencial para amar completamente. Y, como siempre, es imposible hacer los segundo si no hemos hecho antes lo primero. Querernos y aceptarnos en nuestra totalidad, con todas nuestros errores, sin castigarnos por ello. Las consecuencias son naturales, siempre que la cagamos pasa algo a algún nivel, la vida se encarga de que aprendamos, y está bien que sea así. Pero todos esos castigos “extra” que nos ponemos a nosotras mismas en forma de autoexigencia, de culpa y de peso en la espalda, todo eso es innecesario y muy doloroso.
Así que esta semana me apetecía compartir esta experiencia porqué la verdad es que ha sido reveladora para mí. Y de ahí nació un poema, lo escribí justo después y lo he tocado poco ya que tiene una energía muy pua que quiero conservar. Lo escribí pensando en mi hijo, aunque aplica a cualquier persona de mi vida, y sobretodo, especialmente, a mí misma.
Os abrazo,
Permís per cagar-la
No sé quan necessitaràs sentir això
però, per quan arribi el moment,
has de saber que…
tens permís per cagar-la
completament
parcialment
exemplarment
pots cagar-la fins al final
pots fer-ho tot al revés
pots fins i tot fer-me mal
jo m’emprenyaré
i t’ho diré
i potser ens enfadarem
cridarem
plorarem
però tingues per segur
com a veritat absoluta
e irrevocable
que aquí, amb mi
tens permís per cagar-la
una i mil vegades.
tindrà consecuencies
de colors i formes diferents
tindrem alts i baixos
et perdràs i ens perdrem
et trobaràs i ens trobarem
serà dur i serà bonic.
I es que no sé quan necessitaràs sentir això,
però, quan arribi el moment,
-perquè tots tard o dora ho fem-
recorda que, per molt que la caguis,
jo sempre
-sempre-
t’estimaré.
Gracias por leerme