No os voy a engañar. Llevo días postergando el momento, pero dentro de poco hará tiempo de playa y yo aún con los jerséis de lana en el cajón y los bañadores en el altillo. Así que me decido. Hoy toca. Debo hacer el cambio. Pero para alargar la agonía un poco más, desbloqueo el móvil, voy a la app de Instagram y subo un stories preguntando sobre el cambio de armario:
¿Los ricos hacen cambio de armario? ¿Se lo hace alguien?
Es medio en broma, claro. Me da igual lo que hagan los ricos. Es solo una manera de decir que me muero de pereza, sin decirlo. Pero lo que empezó como algo anecdótico me ha dado mucho que pensar. Muchas de las respuestas eran de mujeres con hijos que se quejaban de esta tarea tan desagradecida, igual que yo. Y es que hacer el cambio de armario de tus hijos implica revisar tallas, donar o guardar parte de la ropa, ver si tienes que conseguir alguna cosa para esta temporada, zapatos nuevos, bañadores que no ajusten… En fin: la vida madre. Que no padre, por cierto. Aún no me he topado con ninguno que se haya dedicado a dicha tarea. Incluso los más co-responsables que conozco. Esos tampoco.
Pero no voy a abrir ese melón.
Volvamos a mi encuesta de Instagram. Hubo también otras personas (algunas también con hijos) que contestaron que no hacen cambio de armario. Que no lo necesitan. Y no porque tengan un armario infinito, sino al revés: porque no tienen tanta ropa. No porque no puedan, sino porque deciden no tenerla. En su armario puede convivir en un mismo espacio el jersey de alpaca con los shorts de lino. No necesitan bolsas de vacío, como yo, que las escondo en los altillos de los armarios durante seis meses.
Es cierto que mi armario es pequeño. Es pequeño y compartido. Pero, aun así, admito que probablemente me ponga de manera habitual un 60 % de toda mi ropa. El otro 40 % o es incómoda (pero bonita), o no talla del todo bien, o es para ocasiones MUY especiales. Realmente tengo demasiada ropa especial para tan pocas ocasiones especiales.
El caso es que, animada por todas esas disidentes del cambio de armario, he hecho una bolsa GIGANTE de ropa que casi no me pongo, para donar o vender en Vinted. No me evito las bolsas de vacío (aún), pero alguna que otra me he ahorrado respecto a la última vez. Es curioso: parecería que acumular pesara también a un nivel inconsciente. Como mínimo para mí. Cada vez que me deshago de cosas que realmente no uso, hay algo en mí que suspira aliviado, en plan: “uff, una cosa menos que cuidar, de la que ocuparme, adiós, adiós, buen viaje”.
Todo este tema, sumado a la muerte de Pepe Mujica, a quien admiraba profundamente y que fue conocido por su austeridad como “el presidente más pobre del mundo”, me ha hecho replantearme, una vez más, hasta qué punto el sistema se nos mete en la cabeza y normaliza hábitos que, en realidad, tienen poco sentido.
“Cuando compras algo, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la vida no se compra. La vida se gasta.” —decía Mujica.
Y aunque casi toda mi ropa es de segunda mano, no me escapo EN ABSOLUTO del mecanismo. Porque, al final, acumular también es una forma de consumir. Y sostener lo que tienes —guardarlo, moverlo, doblarlo, ordenarlo, justificarlo— también lleva tiempo. Y espacio. Y energía. Y eso está bien, yo soy muy pro cuidar lo que tenemos, pero si al final del día lo único que has hecho ha sido cuidar, consumir o producir, entonces algo pasa, amiga.
Tiene que haber espacios en blanco. Tiene que haber vacío, suspensión, un desvío en el camino. Un lugar donde coger aire.
Nos han hecho creer que, para ser el cool kid de la clase, tienes que llevar según qué marcas, cambiar de ropa cada X tiempo, ir a comer a ese restaurante de moda, sacar una foto con tu iPhone, subirla medio borrosa a Instagram mientras te sabes todas las novedades del mercado. Pero recordad, amigas: es todo mentira. Lo haremos y quizás hasta lo disfrutemos momentáneamente. Está bien. Pero en el fondo sabemos que SOLO con esto no nos vamos a sentir mejor. No vamos a ser más felices. No nos van a querer más.
A veces, desprenderse de algo —una prenda, una idea, una identidad— no es perder, es recuperar un poco de libertad.
Porque, como diría Pepe, la vida no se compra.
La vida se gasta.
Disfrutémosla.
💚💚💚